LA MUDANZA
Luis
y María tenían dos hijas pequeñas y aunque les hubiese gustado disfrutar con ellas de
los placeres de la vida, tenían poco dinero y no se lo podían permitir. Sus
hijas, Marta y María, veían muy poco a sus abuelos porque vivían muy lejos de
ellos, así que un día decidieron mudarse cerca donde también habían encontrado
un buen trabajo. Como tenían poco presupuesto, compraron una casa vieja que restaurarían
en unos meses.
Cuando
se mudaron, se dieron cuenta de que era más vieja de lo que creían, pero ya no
les quedaba más remedio que quedarse allí hasta poder arreglarla. El primer día
estuvieron instalándose con la ayuda de sus familiares y todo iba bien hasta
que se hizo de noche y todos fueron a sus habitaciones. Las puertas crujían y
las ventanas chirriaban por la fuerza del viento. A media noche, como la
pequeña María no había conseguido quedarse dormida, se levantó para ir al
servicio y allí mismo vio reflejado en el espejo una silueta; pensó que era la
muñeca que tenía colgada en el perchero, pero cuando volvió a mirar ya no
estaba ni la imagen ni la muñeca. ¿Sería efecto del sueño? María fue a tocar el
espejo y cuando la palma de su mano entró en contacto con él, sintió que era
blando y comprobó cómo poco a poco penetraba su mano en el interior del cristal
hasta que la pequeña desapareció.
Ainhoa García Rodríguez 3D
EL PARQUE
Era una noche oscura, la luna
estaba oculta entre las nubes, había pocas luces encendidas en las calles y las
farolas parpadeaban con una llama casi apagada. Fui a dar una vuelta al parque que
quedaba justo en la esquina de mi casa. Yo estaba sola, sin ningún tipo de
comunicación. ¡Lástima que mi móvil se había quedado sin batería! Comencé a
balancearme y , justo en ese momento, el columpio contiguo empezó a moverse
solo. Yo pensé que sería el viento. No me fui del parque porque necesitaba
estar unos minutos más a solas. Más tarde, desde donde estaba, escuché una voz angustiada
de un anciano que me decía: “ Vete de aquí...”. No sabía si era un sueño o el
ruido del vaivén del columpio, pero no
me fui. Después volví a escuchar: “Algo malo te va a pasar”. Ya me tuve que ir
porque comencé a tener un poco de miedo. Cuando salí del parque miré hacia
atrás y vi a un hombre corriendo hacia mí. Yo rompí a correr, pero justo en la puerta
de mi casa me estaba esperando otro hombre al que no conocía de nada. Los dos
me miraban, solo miraban, no decían nada; pero su mirada era extremadamente
rara. No eran unos hombres normales, tenían los ojos blancos y decían palabras
raras que apenas podía entender. Salí corriendo, sin embargo, no llegué muy lejos porque
me cogieron enseguida allí en mi calle.
Ya desde ese día no regresé a mi casa.
Marta Martínez, 3º A
OIGO PASOS
Me desperté en una noche fría
en mi enorme habitación. Siempre había pensado que los fantasmas existían y esa
noche una extraña sensación me condujo a esa disparatada idea; pero nada,
serían tonterías, así que volví a dormirme.
A la mañana siguiente, mientras
desayunaba para ir al instituto, le comenté a mi madre todo lo que había estado
pensando por la noche, pero ella no me hizo mucho caso. Antes de irme dejé mi
cuarto recogido y cuando llegué por la tarde estaba todo desordenado y me
extrañó mucho. ¿Quién habría estado allí?
Llegó el fin de semana y no
salí porque llovía bastante, escuchaba muchos truenos y los rayos iluminaban
todo el edificio formando imágenes rocambolescas. Esa misma noche tampoco pude
dormir; las mismas ideas paseaban por mi imaginación. Me desvelé completamente
a media noche con el aullido de los lobos. En ese mismo instante escuché desde
el frío y largo pasillo unos pasos sobre la madera que empezaba a crujir como
si fueran pasos de una persona. Los pasos cada vez se acercaban más y más, y
cuando llegaron a mi cuarto no quería ni mirar hacia la puerta. Estaba muerto
de miedo, me temblaban hasta los vellos que cubrían mi piel. Cuando se abrió la
puerta, las bisagras chirriaron y tras un portazo entró un fantasma. Mi
reacción fue gritar llamando a mi madre, sin embargo, fue mi madre la que llegó
gritando: ¡¡¡FUERA DE AQUÍ MALDITO FANTASMA!!!
Y el fantasma no se iba, así
que mi madre fue a por un cuchillo a la cocina y se lo clavó. No sé cómo lo
consiguió, pero por fin el intruso se desvaneció en el aire. Fui corriendo a
darle un abrazo a mi madre y le di la gracias por haberme salvado.
Pablo Borreguero, 3º D