Si tienes algún recuerdo escondido, seguro que esa muñeca, ese olor, esa flor o esa canción te lo traerá a la memoria y te hará disfrutar unos minutos con la evocación del tiempo pasado, pero nunca perdido.
Vaquita de peluche
Muchas veces, cuando veo mi vaquita de peluche me vienen recuerdos de mi infancia porque fue mi primer peluche y me lo regalaron en mi nacimiento. Suelo recordar cuando jugaba con ella como si fuera mi mejor amiga o como si tuviéramos una conversación, le decía muchas veces a mi abuela que me hiciera camisetas de lana para ponérsela, y yo, tan contenta, cada día la cambiaba con una camiseta distinta. A veces, me la llevaba al parque o también jugaba por las tardes en mi casa a la fiesta del té y con mis tacitas de porcelana me imaginaba la leche, el azúcar y el té, o cuando los viernes veía películas y cogía mi vaquita de peluche y la veíamos abrazadas juntas como si ella también la viera o dormíamos juntas.
Le contaba mis secretos como si me escuchara, me la llevaba al médico cuando estaba malita, porque con mi peluche sentía mas seguridad. Compartí momentos de mi infancia únicos e inolvidables con aquel peluche. Me encantaba jugar con ella y todavía hay veces que por las noches duermo con ella, recordando mi infancia y lo mucho que me podía divertir con un simple peluche que para mí, hoy en día, significa mucho.
Rocío
González, 1º C
LA
TIZA BLANCA
La
semana pasada, cuando iba caminando con mi hermana dando un simple
paseo me acerqué a un parque que estaba repleto de niños
pequeños, de los cuales, unos jugaban con una pelota de plástico,
otros con las atracciones de ese parque… Pero lo que más me llamó
la atención fueron unos niños que jugaban con una tiza blanca,
dibujando casitas, muñequitos, estrellitas y algunas cositas más.
Fue entonces cuando se me vino a la mente un gran recuerdo de cuando
era pequeña. Me acordé de mi escuela, en infantil, tendría unos 4
o 5 años. Tenía mi “babero” puesto, era rojo casi naranja con
cuadros blancos. A esa edad mis amigos y yo jugábamos a cualquier
cosa en, un recreo de once y media a doce y media, ya que teníamos
mucha imaginación. Solíamos jugar a las “casitas”, al
“pilla-pilla”, al “escondite”, a las “carreras”… Entre
esos tantísimos juegos, uno me encantaba. Consistía en pedirle
algunas tizas a la conserje, que se llevaba bastante bien con
nosotros. Cuando ya poseíamos algunas tizas era hora de darle vida a
nuestra creatividad. Era entonces, el momento de ponernos a pintar.
Los profesores nos dejaban así que no había problema. Aunque el
suelo estaba dividido en grandes cuadrados, nosotros aún así, los
repasábamos con las tizas blancas. Jugábamos a que éramos médicos
y cada cuadrado era una consulta. Aprovechando que teníamos los
baberos lo usábamos como las batas que ellos tienen. Era muy
divertido. Otro juego que también era muy entretenido, era el de
arqueólogos y teníamos que buscar dinosaurios. Para este juego nos
acercábamos a los arriates de los árboles y buscábamos unos palos
finitos para usarlos cómo brocha o lupa, lo que se nos ocurriera.
Decíamos que el dinosaurio podía ocupar, por ejemplo, 3 cuadrados
y averiguar qué tipo era. Con la tiza blanca, dibujábamos muñecos
o casas. Hablando de muñecos, recordé también cuando con mi prima
de Huelva, dos años y medio más grande que yo, fuimos a
Torremolinos y en la playa, con el dedo, dibujábamos muñecos y
poníamos nuestros nombres. Al recordar eso, se me vino a la mente
una noche de esas en Torremolinos con mi prima, mi primo, mi hermana,
mis padres y mis tíos. Ella llevaba un vestido blanco y yo unos
pantalones vaqueros con una camiseta blanca. Comimos en un
restaurante todos juntos, no recuerdo bien que restaurante era porque
hace ya bastantes años. Después de cenar fuimos al paseo marítimo,
donde ambas nos compramos un helado de chocolate. Con los juegos y
todo eso, nos manchamos las dos. Nuestros padres se empezaron a reír.
Fue un momento muy gracioso, incluso nos echaron una foto que aún
guardo en mi habitación. Ella también la tiene colgada en su
cuarto, al lado de muchísimas fotos que tengo con ella de pequeñas.
Escuché
la voz de mi hermana diciéndome que anduviéramos más ligeras, que
nuestra madre nos estaba llamando. Al parecer había estado
recordando muchas cosas de hace años, aunque todo el gran recuerdo
viene de “La Tiza blanca”.
Marta
Rodríguez.1ºC
Barriguitas
Me
da buenos recuerdos las barriguitas. Al verlas me recuerda a mi
infancia, cuando jugaba todas la tardes con ellas y me divertía,
cuando lo único que quería era comprar más y más de ellas.
Siempre las quería de color rosa, tener el hospital, la casa, el
coche… Todo. Ahora pienso que no sé cómo ahora puede estar sin
jugar, si antes estaba todo el día jugando con ellas. Me las llevaba
a la ducha, a la cama, al campo… Tenía una colección, que ahora
sigo manteniendo. Con mis primas, que son de mi misma edad, cuando
jugábamos nos intercambiábamos una por otra. Las montábamos en
coches y motos que teníamos y nos las llevábamos a dar una vuelta.
Otras veces nos íbamos al corral, cogíamos una cuerda, las atábamos
y corríamos por todo el corral, a quien se le cayera primero perdía.
Las que yo tenía eran casi todas rubias con ojos azules, la
vestimenta era camiseta, falda, pantalones o vestido. Los hombres
eran con el pelo oscuro y ojos marrones, algunos con zapatos, otros
con uno y otros sin ninguno. Siempre los perdía. Tenía un montón
de accesorios como: bolsos, collares, maquillaje… y bueno todas
esas cosas y más hacía cuando jugaba con ellas.
Paula
Marín, 1º C
Nuestra
canción
En
cuanto subí al coche, puse la radio. Solo escuchar el principio y ya
sabía que canción era. Esa canción que se escuchaba me recordaba a
mi madre, a la persona que me cantaba con alegría, que me cogía de
la mano y me ponía a bailar. En ese instante recordé los momentos
junto a ella, cuando llegábamos a casa de mi abuelo y nos poníamos
ella y yo a cantar. Esos veranos rellenos de canciones y momentos
inolvidables. No pude parar de tararear esa canción en todo el día.
Laura
Lavado. 2ºC
La
vieja armónica
Era
un día de invierno, mi abuela estaba preparando el almuerzo y yo
mientras le hacía compañía en un viejo taburete que tenía en la
cocina junto a la mesa. Con las sobras de los trozos que cortaba yo
iba haciendo “comida” y le preguntaba una y otra vez a mi abuela
que si tenía buena pinta, ella para alegrarme con una sonrisa en la
cara me decía que sí. Justo cuando terminó de preparar el almuerzo
nos sentamos junto a la chimenea a esperar a que mi abuelo regresara
del campo y me peló varias castañas. A la media hora o así alguien
silbó, parecía un colibrí y seguido dio dos toques en el cristal
de la puerta, fui corriendo a abrir, ya que sabía que era la
costumbre que tenía mi abuelo al llegar a casa. Nos sentamos a
almorzar, todo estaba riquísimo. Mientras, hablamos de lo que salía
en la televisión: un grupo de hadas que tocaban diferentes tipos de
instrumentos. A mí me llamo la atención una en especial , estaba
tocando una armónica dorada, parecía de oro, era hermosa. Le dije a
mis abuelos que me encantaba. Después de comer, comencé a hacer los
deberes, mi abuelo me dijo que cada esfuerzo tiene su recompensa. Él
se fue al campo donde pasa el mayor tiempo del día ya que le encanta
cultivar y sembrar cosas. Cuando volvió me trajo una armónica azul,
aunque no fuera dorada como la del hada que aparecía en la tele me
gusto aún más…Comencé a tocarlo con mucha emoción y sin parar,
era un sonido muy, pero que muy, agradable; volé al cielo y allí me
encontré con esas pequeñas hadas. Yo buscaba a la más especial, a
la que tocaba la armónica para que me enseñara algunas notas y
poder tocar bien. Todo esto estaba en mi mente y sabía que no estaba
pasando en la realidad pero yo era igual o incluso más feliz porque
tenía lo que más deseaba en ese momento , la armónica. Cuando mi
madre llego de trabajar y me recogió, le conté todo con pelos y
señales. Ella reía junto a mis abuelos. Al llegar a mi casa se lo
conté todo a mi padre y a mi hermana también. Me pasé tocando a
todas horas y todos los días la armónica, mi madre ya me llamaba
pesada. Cuento esto porque en las noticias salió un coro y salían
personas tocando la armónica. Me parece una historia bonita y para
el recuerdo, siempre se lo voy a agradecer a mi abuelo.
Lorena
González, 2º C