El mito del pingüino
Hace mucho tiempo hubo un pájaro llamado Pingüino que no
podía volar.
Los otros pájaros se burlaban de él. Un día, Pingüino decidió
intentar aprender a volar saltando desde una roca, y para evitar darse de
bruces contra el suelo buscó como fondo el agua del mar. Después de una horas
de esfuerzo, vino un amigo suyo de confianza a ayudarlo. Este, al verle caer al
agua, se dio cuenta de que se deslizaba en el medio acuático como un pez,
porque tenía unas alas diferentes a las suyas. Al fijarse mejor, se percató de
que no tenía alas, sino que de sus extremidades salían una especie de aletas
parecidas a la de los peces. Su amigo, sorprendido, le dijo a Pingüino que fuera a visitar al rey de los
animales para que se lo dijera, porque no era normal que tuviera las aletas de
un pez siendo un pájaro. El rey de los
animales al oírlo no se lo creyó y lanzó varias carcajadas que dejaron a
Pingüino desalentado; sin embargo, este le demostró que podía nadar y
rápidamente se lanzó desde la peña más alta hacia el mar. El rey se sorprendió
tanto al verlo que sus ojos no pestañearon. Desde ese momento, Pingüino dejaría
de intentar volar como un ave y se sumergiría en el mar para vivir media vida
entre los peces.
Samuel Vera (2º B)
El mito del traje de fiesta del pingüino
Hace muchos años, en la era de la gran Glaciación, los osos y los pingüinos, que
eran por aquel entonces muy amigos, quedaron en el Polo Sur para la Fiesta de
la Primavera Glaciar. Los pingüinos se pusieron sus mejores galas y, de
inmediato, todos en fila india, llegaron a su destino. Sin embargo, los osos
que estaban hibernando, de tanto dormir tenían la costumbre de llegar tarde.
Cuando se despertaron, la era de la Glaciación ya había terminado y los grandes
bloque de hielo se habían separado, dejando enormes espacios de agua entre sí,
por lo cual no pudieron llegar al Polo Sur.
Los pingüinos, boquiabiertos, vieron cómo aquellos bloques se
separaban y, asimismo, les impedían volver a casa. Tanto habían esperado a los
osos que el tiempo se les echó encima, estaban atrapados en este extremo del
planeta. Sin embargo, nunca perdieron la fe de que en una nueva glaciación
pudieran volver a su tierra. Lo que llevaban peor era tener que vestir de por vida los trajes de chaqué para la
Fiesta de la Primavera.
Andrés Morales (2º C)
El mito de la trompa del elefante
Hace mucho tiempo, un
elefante llamado Panchito no podía agacharse. Se había puesto tan gordo
que sus piernas, su barriga y su tronco le impedían llegar al suelo para comer
la hierba con la que alimentarse.
Un día, Panchito vio que a su familia le ocurría lo mismo:
las plantas más cercanas se las comían otros animales más ágiles. Así que
decidió acudir al dios de los elefantes y le dijo: “ Mi familia no puede comer
por la gordura. Nacimos así y nuestro cuerpo nos hará morir de hambre si no
podemos llegar a los árboles o a la hierba”.
El dios elefante les puso una tarea necesaria para conseguir
sus objetivos: “Tendréis que tirar continuamente de las ramas que estén a
vuestro alcance con el apéndice que sale de vuestra nariz”.
Poco a poco comenzaron a tirar, un día detrás de otro, hasta
que vieron que su nariz, gracias al esfuerzo y al trabajo, crecía progresivamente.
Pasaron unos años y comprobaron que, lo que en un principio
era un hocico pronunciado, se había convertido en una enorme trompa que les
podía ayudar a comer y a beber. Panchito y su familia, muy agradecidos, fueron
a darle las gracias al dios de los elefantes por haberlos dotado de una
herramienta tan útil.
Nora Akrach
El mito de la tortuga
Hace muchos, muchos años, un animal llamado tortuga era presa
de todas las fieras del bosque. Había nacido tan lenta que no podía huir cuando
venían unos y otros a devorarla.
Un día, harta de esconderse en la oscuridad y viendo que sus
compañeras desaparecían bajo las fauces de los leones y de otros animales,
reunió a sus amigas les explicó un plan
para defenderse: “¿Por qué no nos hacemos unas corazas para protegernos de
nuestros enemigos?”.
Las tortugas se quedaron pensativas, aunque todas aprobaban
la magnífica idea de aquella. El problema era cómo crear ese caparazón. Pero la
idea ya la tenía en mente: “ En la laguna hay un tipo de barro, que con el calor
se cuece y se endurece. Nos revolcaremos por él hasta que creemos nuestro
caparazón y moveremos nuestras patas y cabeza para que no se nos queden dentro."
La idea fue muy atractiva y todos a una se encaminaron a
hacer sus casitas andantes. Desde aquel día viven felices y tranquilas, viendo
pasar a sus enemigos y, en ocasiones, riéndose de ellos.
José Manuel Navarro
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