martes, 31 de mayo de 2022

CERTAMEN DE NARRATIVA: DE LA IMAGEN AL RELATO

Una imagen vale más que mil palabras, pero en esta ocasión nuestros alumnos han buscado palabras que valen tanto como una imagen. La fotografía ha sido el motor para crear historias entrañables de gran calidad literaria. Han participado en este certamen literario del IES Profesor Juan Bautista alumnos de los grupos de tercero y cuarto de ESO, resultando ganadoras las siguientes: Laura García de los Santos (4º ESO E), Teresa Jiménez Huerta ( 3º B) y   Sara Roldán Roldán (3ºA). Espero que disfrutéis de la lectura de estos relatos.

¡ENHORABUENA A NUESTRAS ESCRITORAS!


 

LA HUELLA QUE DEJAMOS

 


 

Pocos en esta vida están dispuestos a ser diferentes o tomar riesgos en cualquier aspecto. Los que toman riesgos son los que luego serán recordados, simplemente por la huella que dejamos. Mi nombre es Rosalyn       Murray, y mi nombre será recordado por la importancia de mis acciones.

Nací en Londres, un día primaveral de 1943. Nací en una familia humilde y próspera; no teníamos de todo, pero éramos felices. Me crié en una casa pequeña junto a mis tres hermanos mayores. Yo era la pequeña y, como ellos eran mayores que yo, hacían lo que les placía.

Recuerdo perfectamente cómo empezó la historia por la cual soy la mujer que soy. Yo tenía diecisiete años recién cumplidos cuando vi a mis hermanos con unas especies de palas en las manos; di por supuesto que se trataba de algo relacionado con algún deporte ya que ellos siempre estaban correteando de acá para allá, practicando alguno. A mí nunca me han atraído, puede ser quizás porque siempre que intentaba jugar a alguno, me decían que los deportes no eran adecuados para las chicas porque tenemos distinta complexión física a la de los hombres (cosa que es cierta; pero es igual de cierto que somos más que capaces de practicar uno).

Así pues, como iba diciendo; el día que los vi jugando con aquellas palas me quedé observando sus movimientos y las reglas del juego. Decían que aquel deporte se llamaba tenis. Me quedé absorta viendo como jugaban todo el día. He de decir que a mis hermanos no se les daba especialmente bien la tarea de atinar a la pelota. Nunca un deporte me había llamado tanto la atención como este.

Al día siguiente, fui a la biblioteca para intentar encontrar algún libro que me informase sobre el juego. Lo quería saber todo sobre aquel deporte; cuándo se inventó, quién lo hizo, cómo se juega, dónde… Estaba tan interesada que me quedé hasta tarde allí, leyendo y recogiendo información en mi mente, con los ojos un poco rojos y secos por el tiempo que pasé leyendo.

Al ver que seguía ahí sentada, la bibliotecaria se acercó a mí y me preguntó sobre el tema. Al explicarle el motivo, ella me dijo que recordaba un lugar donde se solía practicar ese mismo deporte, en el que no importaba quién fueses, ibas a ser bienvenido allí.

A la mañana siguiente, mientras todos dormían, cogí una de las raquetas de mis hermanos y me dirigí hacia al dirección que me dio la bibliotecaria. Cuando llegué, observé una enorme puerta abierta de par en par. Una puerta de barrotes de hierro, tan alta que no podía ver el final. Detrás había un gigantesco jardín donde muchas personas jugaban. Cuando me dirigí a entrar vi a una chica de piel morena que se disponía a entrar también.

Me presenté y ella me dijo que se llamaba Susan Terrie e increíblemente coincidió conmigo cuando le hablé sobre mi repentina pasión hacia el tenis. Así que nos dispusimos a jugar y en el momento en el que me di cuenta de cómo las personas paraban de jugar para prestarnos atención a Susan y a mí, y paraban de moverse para quedarse boquiabiertos, supe que Susan, yo estábamos jugando increíblemente bien.

Al cabo de unos días, seguimos yendo, y cuando llegamos había unos hombres esperando para vernos. Nos dijeron que habían escuchado hablar de nosotras y que tenían interés en que jugáramos internacionalmente.

Desde entonces, Susan y yo fuimos jugadoras reconocidas mundialmente como las mujeres que lograron lo que entonces era impensable.

Dejamos una huella que impulsó a muchas mujeres a poder conseguir sus objetivos aunque les dijeran que no podían hacerlo.


Laura García De Los Santos (4º ESO E)

 


LA CLASE DE BALLET


Me encontraba en la clase del señor Douglas, siempre le he tenido bastante respeto a este hombre. Nunca nadie se atrevía a replicarle cuando comentaba algo, sobre todo la manera de bailar. Siempre utilizaba comentarios despectivos para referirse a cualquiera de nosotras y aunque hicieras una espléndida actuación alguna falta te encontraba. 

Ese día era un día muy importante: nos comentaron que debíamos llegar a primera hora de la mañana porque nos esperaba un largo día. A parte de eso no nos comentaron nada más.

Clarise, ¿Qué crees que ocurrirá hoy?— me preguntó mi muy buena amiga de clases. 

La verdad que no lo sé, espero que no nos hayan hecho venir tan temprano para nada— comenté con aburrimiento. 

Nos encontrábamos todas las alumnas sentadas en el suelo a la espera de alguna noticia pero al parecer no sucedía nada. 

De repente, apareció el señor Douglas con una señora algo estirada, con aire de superioridad; parecía una persona muy importante en este mundo y todas nos pusimos de pie instintivamente.

¡No me lo puedo creer! Es la directora de la mejor academia de baile de toda Francia. Es alucinante.

Nunca he escuchado nada de ella.

Como que no— exclamó mi amiga— su academia de baile ha sido la que más premios ha ganado en todo el país.

De repente una compañera me dio un golpe en el brazo, y dirigí la atención a la señora que nos lanzó una mirada para que guardáramos silencio. Una vez que nos callamos comenzó con su discurso. 

Encantada alumnas, soy la señora Tatiana. Seguramente ya sabréis quién soy así que no hace falta presentarme. Hace tiempo me di cuenta que necesitaba alumnas nuevas, con carácter distinto y con una técnica distinta a lo que ya conozco. Mi queridísimo amigo me comentó que en esta clase hay mucho potencial, por lo tanto haré audiciones para mi academia. Elegiré a cinco alumnas, por lo tanto, preparad vuestra coreografía.

Al terminar su discurso, todas mis compañeras salieron corriendo a preparar su coreografía. No me consideraba muy buena, siempre había practicado en el sótano de mi casa y había preparado coreografías. No tenía mucha confianza en mí pero aún así yo también intentaría hacerlo lo mejor posible.

Después de unas dos horas bastante duras y largas llegó la hora de dar a conocer nuestras coreografías. 

Muchas de mis compañeras lo hicieron magníficamente, mientras que otras resbalaron, cayeron y tropezaron.

Después de largos minutos me tocó a mí, recordé una canción que desde pequeña me encantó y con ella preparé una coreografía. No tenía mucha confianza en poder ser seleccionada así que sólo bailé mientras pensaba que todo quedaría pronto en el recuerdo de que había bailado delante de la mejor directora de baile de toda Francia. 

Cuando terminamos de bailar, se marcharon a dar un veredicto regresando unos minutos más tarde. Dieron cuatro nombres, los nombres de las que lo hicieron mejor y con más gracia pero quedaba solo un nombre y todas estaban alarmadas por saber la elegida.

Por último, quería comentar que la elegida no ha sido por la técnica ni por la coreografía, ha sido la manera por la que llega al público y hace sentir que te está contando la historia del ballet solamente a ti; pocas personas son capaces de transportarte a su mente por lo tanto la elegida es…

De momento la tensión se sintió en el ambiente, podría ser cualquiera ya que la técnica no contaba tanto.

... Clarisse Moreau, felicidades. 

No me lo podía creer, no tenía sentido, no era buena, no tenía la técnica ni la gracia que hay que tener en el escenario. De repente, todas mi compañeras se lanzaron a mí a darme las felicidades.

De ahora en adelante voy a ser alumna de una de las mejores academias de ballet de todo el país. Y eso me pone realmente nerviosa. 

Teresa Jiménez Huerta, 3º B


 LA HUIDA A ITALIA

 



Una fría y oscura madrugada vagaba por las nevadas calles de Alemania una joven que cargaba en sus brazos, envuelto en una diminuta manta, un bebé que no cesaba de llorar, y con su llanto llenaba de ruido las silenciosas calles de la ciudad. Tras horas caminando, acabó sentándose bajo el techo de un gran edificio, frente a una puerta cerrada. Allí acurrucó a su pequeño para que no se congelara y comenzó a ver la soledad que había a su alrededor, y sin percatarse se sumergió en un profundo sueño.

--Señora, despierte, esto es una oficina de visado, no un hotel—dijo una voz gruñona mientras la tocaba con su pie para poder despertarla.

Ella, levantándose rápidamente sin estar todavía lo suficientemente consciente, le dijo:

--Disculpe, vengo para poder sacarme un visado y poder viajar a Italia, donde me espera mi familia.

--¿Qué dices? Espero que todo esto sea una broma. Váyase con su marido que la debe estar esperando en casa, no se quede sola haciendo locuras—dijo con desagrado.

Realmente no estoy sola— dijo señalando a su hijo--. Mi marido es un impresentable. Por eso vengo sola para encontrarme nuevamente con mi familia, que promete resguardarme. Y con ellos iré.

--¡Anda, entre! Quédese allí sentada hasta que venga su marido.

Entró y se sentó mirándolo con desprecio. Esperaba que algún ser divino la ayudara y, mientras esto ocurría, contemplaba cómo el sol se asomaba por la ventana y alumbraba ese frío lugar. En ese momento escuchó una voz femenina que se dirigía hacia ella.

--¡Usted!

Ella rápidamente se dirigió hacia donde sonaba la voz y se encontró a una joven que se presentó como la hija del jefe.

--Puedo ayudarte a conseguir tu visado y así podrás irte con tus padres—dijo compasivamente.

Ella permaneció en silencio y siguió sus pasos hasta el mostrador, donde la hija del jefe, que se había presentado como Lena, garabateó unos papeles mientras miraba un gran libro con miles de nombres y direcciones.

--Aquí tienes. Di que tu marido te espera allí en Italia y deberán dejarte pasar. Eres una mujer bien vestida, nadie dirá nada—dijo Lena.

Pero, de repente, el padre de Lena junto con otros hombres entraron en la habitación y la fugitiva tuvo que esconder los papeles bajo su abrigo.

--Lena, vete a tu casa, no quiero que estés perdiendo el tiempo—dijo enojado--. Y usted, váyase ya con su marido y no moleste más.

Así, esta salió corriendo hasta el andén donde cogió una máquina de vapor que la llevaría a su país natal. Por fin, después de tantos años, Charlotte y su pequeño hijo Alexander pudieron reencontrarse con los padres de ella y vivir la vida que realmente merecían.

 Sara Roldán Roldán, 3º A


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