lunes, 25 de octubre de 2021

La anécdota personal

 Una anécdota es un tipo de texto narrativo en el que mostramos algunas de nuestras experiencias más divertidas, curiosas o sorprendentes. El encanto de la historia no sólo está en el hecho mismo que se relata si no más bien  en la manera de relatarlo. Todo el mundo puede conocerla, pero no todos pueden encantar al público con sus palabras. Los alumnos de 1º B nos cuentan alguna anécdota pasada por agua. Espero que os gusten.


UNA BARRIGA UN POCO EXTRAÑA

Cuando yo tenía 7 años nos fuimos unos cuantos amigos del cole a la playa de Torrox. Justo la segunda mañana de nuestro viaje, a una de mis amigas la tuvieron que acompañar al médico porque estaba enferma. ¡Qué mala suerte! Mientras la atendieron, nosotras nos quedamos en un parque jugando en los toboganes (a todas nos encanta tirarnos a gran velocidad como si voláramos).

Cuando regresamos al hotel nos fuimos a la piscina, que era muy grande y tenía en medio una isla de colores muy vivos, con árboles, pájaros, frutas...Pero toda la isla era de mentira, claro está. Nos gustó tanto que nos llevamos todo el día nadando desde la orilla hasta la isla y desde la isla hasta la orilla. Cuando subíamos al receptáculo nos tirábamos de cabeza o de panza, según cayéramos, aunque también a bomba haciendo unas enormes olas-tsunamis. Todo era muy divertido hasta que llegó el socorrista y nos llamó la atención, nos dijo que íbamos a ahogar a los más pequeños con nuestras olas impresionantes. Bueno, tampoco le hicimos mucho caso porque enseguida se puso a ligar con una chica que andaba por allí y era más de su interés. 



Cuando me fui a la habitación a ducharme, me di cuenta de que la barriga la tenía toda llena de ronchas, como si llevara un traje de flamenca a lunares. Aunque no sabíamos lo que era, para curarnos en salud, me echaron mucha crema hidratante, pero los lunares no se quitaban, ahora estaban más brillantes.

Al día siguiente  volvimos a la piscina, y ya mi madre se dio cuenta de que me había raspado la barriga con los chinos que cubrían el gran islote.


Lucía Benítez ( revisado y ampliado)



UN COCODRILO TERRIBLE


Hace unos cuatro veranos nos fuimos de camping a la playa de Chipiona, donde solemos ir todos los años. Un día de esos en los que por Cádiz se mueve el levante decidimos bajar a la playa, aún sabiendo que el levante nos iba a incomodar mucho. Cuando llegamos a la arena llenamos mi colchoneta de cocodrilo. Esa colchoneta era mi preferida, me la había regalado mi madre por mi cumpleaños aquel mismo verano.

Yo y mi prima nos montamos, nos lanzamos al agua y sin darnos cuenta el viento nos arrastró mar adentro. Nosotras intentamos regresar a la orilla, pero era tal la fuerza del viento que nuestros pequeños brazos apenas avanzaban en dirección contraria. Pronto, mi padre y mi tito empezaron a nadar hacia nosotras, que llorábamos desconsoladamente viéndonos en alta mar como el náufrago de Robinson Crusoe. Pasados unos minutos, llegó mi tito y nos rescató. Desde entonces no me monto en nada en la playa por miedo a desaparecer en el mar.

Ainhoa Pérez ( revisado y ampliado)


UN ESCONDITE PERFECTO


Era un buen día para ir a la playa y llevábamos varias semanas celebrando la excursión,

pero a mi tío se le puso la barriga mala y ninguno de nosotros quería quedarse en tierra, así

que todos tuvimos que ir en el coche de mi padre. Seis personas, cuatro de ellas pequeñas,

no eran tantos, pero a la policía eso no le gusta nada.


Todo iba bien hasta que de repente nos encontramos a la policía en el camino. Todos cruzamos los dedos, todos rezamos para nuestros adentros, todos temblábamos ante lo imprevisto, pero a mí , que soy un niño talentoso, se me ocurrió esconder al pequeñajo en el maletero de un golpe. Mi coche tiene para que los asientos se echen para delante y poder meter en el maletero todo lo que queramos desde esa posición. Y eso es lo que hice con mi primo. Sin embargo, y después de tanto artificio, la policía pasó de largo y no nos vio. Todos sentimos un alivio tremendo y comenzamos a reírnos mientras mi primo pequeño pedía salir pronto de ese pequeño habitáculo. Como quedaban cinco minutos para llegar a nuestro destino, no nos incomodamos y lo dejamos metido en el maletero, no nos queríamos arriesgar. Mi primo se quejaba, pero con tanta gracia que nosotros nos partíamos de la risa.


Cuando llegamos a la playa y abrimos el maletero, sacamos al pequeñín sano y salvo ,

pero una persona que nos vio se puso a pelear con mi padre diciéndole barbaridades

que mi madre me prohíbe repetir. Aquel señor, con parte de razón, se creía que lo

estábamos secuestrando. Al final, mi padre le explicó todo lo ocurrido y todos nos

pusimos a reír.


Manuel Rodríguez Burgos ( revisado y ampliado)



UN DÍA CAÓTICO

Yo suelo pasar gran parte del verano en Chipiona, en una preciosa casa que mis  padres

compraron hace unos años . A mí me encanta pasar mis veranos allí debido a que tengo

muchos amigos y amigas y, además, la playa. ¿Qué  más se puede pedir?


Pues bueno , un día cualquiera , yo y mis amigos decidimos almorzar en la playa.

Después de los preparativos , quedamos a las dos para comer y nada más finalizar,

nos metimos directamente al agua , sin hacer la digestión, ya que afortunadamente fuimos

solos.


En la zona de la playa donde quedamos había muchas rocas con la función de facilitar

la pesca cuando baja la marea . Cuando la marea está alta no hay rastro de rocas. En el

momento en que nos bañamos la marea estaba alta y después de un buen rato la marea

comenzó a bajar , pero aún así el agua nos seguía cubriendo mucho.


Al rato , como la marea ya estaba baja nos saltamos el “muro” ,que es una gran fila de rocas

que divide la orilla de la profundidad y frena las olas. Después de nuestra maravillosa idea, las olas nos golpeaban con fuerza contra el muro y nos era muy difícil intentar escalarlo. Tras numerosos intentos logramos subir, pero casi todos salimos heridos , sobre todo un amigo nuestro que tenía unas heridas impresionantes en la espalda. Además, todos sentíamos escozor y picor por alguna extraña razón.

Al darnos cuenta de esta situación fuimos a la Cruz Roja , donde le desinfectaron las heridas

a nuestro amigo, nos comunicaron que nos habían picado medusas y nos echaron una

pomada en las zonas donde sentíamos picor.

Después de dos horas de reposo nos volvimos a sumergir en el agua, ya que la marea estaba muy baja y el agua nos llegaba por las rodillas. Ya no había peligro, sin embargo, a mí y a un amigo mío nos rozó algo por la pierna, pero no nos preocupamos, pues pensábamos que sería una broma. Un rato más tarde vimos un montón de gente corriendo alrededor de una criatura, hasta que un hombre la capturó con las manos y le resultó fácil porque estaba ahogándose debido al nivel del mar. Dada esta situación, dedujimos que lo que nos había rozado el pie era un atún de medio metro que pesaba alrededor de 20 kilos y que fue lo que había capturado ese hombre.


Nolasco Bonilla








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