Búscate unos buenos refranes para hacer tu parodia idiomática. Si tienes tanto arte como estos alumnos de 3º C, seguro que te sale un relato para chuparse los dedos, y si no, la intención es lo que cuenta.
EL AJEDRECISTA
Luis prometió levantarse temprano para su entrenamiento de ajedrez, pero se le echó el tiempo encima. Por mucho que fuera tarde, más vale tarde que nunca. Él no se preocupaba, puesto que era un gran jugador y siempre tuvo pasión por el juego. Cuando entrenaba un día, le venían ganas de entrenar siempre, ya que quien hace un cesto, hace ciento.
Aunque era un gran ajedrecista, ese día era su tercera final consecutiva sin haber ganado nunca antes, pero él pensó: "A la tercera va la vencida". Después de eso, el jugador recordó su anterior final, donde cayó en la trampa de su rival, Antonio, la cual le hizo perder el trofeo, la gran recompensa. Él pensó: "No caeré dos veces en la misma piedra".
Luis entrenó tanto para la final, que ya lo tenía todo asegurado. Él quería y estaba seguro de que, finalmente, ganaría su primera final. Querer es poder.
Llegó al torneo, pensando su estrategia para ganarle a Antonio, que otra vez se lo encontraba en la final. Antonio, al ver a Luis, pensó que ganaría otra vez, debido a la doble derrota de Luis en las últimas finales. Pero no tendría por qué ser así, la excepción hace la regla.
Empezó la final. Luis jugaba con las piezas negras y Antonio con las blancas. Pasaron diez minutos y ambos solo se habían comido dos piezas. Luis arrasó con un peón y un alfil de Antonio y, éste último, se llevó un caballo y la reina de Luis. Tras esto, Luis debía concentrarse más y no cometer tantos errores, ya que había perdido una de las piezas más importantes. Camarón que se duerme, se lo lleva la corriente.
Ya iban veinte minutos de juego y la cosa cambió radicalmente. Ahora, ambos estaban comiéndose mutuamente sus piezas rápidamente. Luis redujo sus errores y Antonio seguía manteniendo sus piezas importantes. Luis tuvo una ocasión tremenda para llevarse la reina de su rival, pero durante su estrategia cometió, lamentablemente, el mayor error de la partida y no pudo llevarse la reina blanca. Así, Antonio hizo leña del árbol caído y se comió dos piezas importantes más de Luis.
Pasaron treinta minutos y Antonio tenía casi toda la ventaja en el tablero. A él le quedaban aún los dos caballos, un alfil, una torre, cinco peones y la reina. A Luis sólo le quedaban tres peones, un caballo y una torre. Su concentración y reducción de errores no le habían servido al final. El jugador se angustió al darse cuenta de esto, pero por mucho que madrugues no amanece más temprano.
Finalmente, en el minuto treinta y ocho de la partida, Antonio hizo jaque mate con su reina y la torre que le quedaba, ganando nuevamente el torneo de ajedrez. Luis perdió la final por tercera vez consecutiva. Antonio recibió el trofeo, ganando su cuarto campeonato. Luis miraba a su rival celebrar su victoria.
Después, Antonio se acercó a Luis y le felicitó por la gran partida que hizo, que a pesar de algunos errores graves, era un jugador buenísimo, su mejor rival. Entonces, Luis pensó que no hay mal que por bien no venga. A pesar de haber perdido otra final, él no tomaba esos treinta y ocho minutos como tiempo perdido. Fue tiempo en el que, aunque hubiese momentos malos debido a los errores, también pasó gran parte de la partida disfrutando jugar contra su rival. Ambos jugaron muy bien. La intención es lo que cuenta.
Realizado por Manuel Bravo
Un encuentro inesperado
"El que tiene boca se equivoca" fue lo que me dijo mi madre cuando se dio cuenta de que ajustó su reloj una hora antes, por lo que me despertó demasiado temprano para ni siquiera considerarme persona,. Eso fue una mañana de primavera, uno de esos días lluviosos de mayo, uno de esos en los que te alegras de no haberte quitado el sayo. Y a mí no me pudieron molestar más las frías y distantes palabras de mi madre, como si el quitarme mis horas de sueño no fuera más que un error.
Aunque, mirando en retrospectiva, se lo agradezco. Bueno, más bien se lo agradecí ya horas después, cuando, esperando el comienzo de las clases, en la biblioteca, unos mechones rubios se acercaron a mí con un par de cafés de máquina en la mano. "A quien madruga Dios le ayuda", pensé. Y entonces entendí que ese café que me tendió, sería el principio de algo.
¿De qué?
¿De una amistad de biblioteca? No, seguimos viéndonos al final de las clases. Me esperaba con otro de sus cafés, por mucho que creía que conmigo simplemente aplicaba un “haz bien pero no mires a quien”, por mucho que pensara que no debía estar tan atenta a mí, que no me merecía ni una de sus muchas sonrisas.
Pero sabía que un día se iría, sabía que un día se hartaría de mí, de mi insufrible carácter, de mis respuestas sarcásticas, de mis constantes lloros. Sabía que un día soltaría mi mano... Hasta que me di cuenta que yo era la que no se soltaba de ella. Y aunque yo supiera con todo m i ser que agua que no has de beber, déjala correr, algo me impedía el quererla lejos de mí. Y al quedarse, me demostró que los hechos son amores y no buenas razones.
¿Quizás era el principio de una buena amistad? Sí, eso pensé, hasta que me percaté de que no me importaba que mi madre me levantara una hora antes, si así sabría que la vería. Ambas nos dimos cuenta, viendo la forma en la que nuestros ojos conectaban, de que a buen entendedor, pocas palabras bastan.
Yo misma me di cuenta de que quería acercarme a su árbol para recibir su buen cobijo, yo misma me di cuenta de que quería acercarme a su río, aun así tenerlo que escuchar llover, de que ya no tenía que curar, porque ella misma me prevenía, y de que, aunque nunca llueve a gusto de todos, siempre me gustaba su lluvia.
Esas mañanas en las que por emoción a verla, inconscientemente me levantaba demasiado temprano, y llegaba antes de que la misma biblioteca abriera. Venía, chaqueta en mano, me la colocaba sobre los hombros y me decía: "La paciencia es la madre de la ciencia" y sólo entonces me percaté de que amaba de ella las frases que odiaba de mi madre. De que yo misma decía esas frases por las que ponía los ojos en blanco. Unos nacen con estrella, como tú, y otros estrellados, como yo.
Porque realmente no quería que te fueras de mi vida, pero tampoco tenía nada para hacer que te quedaras, así que simplemente reí cuando me recordaste que el amor tiene una fácil entrada pero una difícil salida.
Porque, aunque no haya mal ni bien que cien años dure, donde hay querer, todo se hace bien.
Realizado por Gema Jiménez
Una desilusión… sin más
Me desperté un día de abril, miré por la ventana y vi que estaba lloviendo, así que quien decía que en abril aguas mil, tenía razón. Me vestí con ropa deportiva, y cuando acabé, bajé a la cocina a desayunar algo. Una vez terminé, cogí un paraguas y salí a la calle ya que al mal tiempo buena cara.
Mientras daba un paseo para ir al gimnasio, me encontré una escena que nunca me hubiera imaginado: mi novio estaba junto a una de mis amigas y no estaban precisamente hablando. Verdad era que quien puede decir cuánto ama, poco amor siente. Eso era lo que me estaba pasando en este momento. Aquel chico que me prometió que no me defraudaría nunca, lo estaba haciendo.
Pasé de ellos y continué con mi camino pensando en que al fin y al cabo todo lo bueno tiene que acabar, sino acaba convirtiéndose solo en una cosa más.
Cuando llegué al gimnasio, me puse a correr en la cinta lo máximo que pude. La mejor motivación, viene siempre del interior, y yo ahora mismo estaba tan enfadada que lo único que me apetecía era hacer deporte hasta no poder más.
Una vez acabé, recogí mis cosas y me dirigí a casa. Me di una buena ducha y me senté delante del sofá a ver películas y a comer algo, mientras pensaba en algo que me dijeron una vez: hay personas que valen la pena y otras simplemente...dan pena.
Una vez vistas tres películas, me fijé en la hora, y me di cuenta que ya era hora de irme a dormir, aunque todo esto hubiera pasado, nada de lo que había sucedido hoy era lo bastante importante como para importarme tanto, por lo que una vez estaba en mi cuarto, me tiré en la cama y me quedé dormida al instante.
Realizado por Marta Troncoso
Esfuerzo y constancia
Poco a poco se anda lejos, debió pensar Ángela cuando decidió dar el paso de salir de su pueblo para trabajar.
Empezó a trabajar de temporera; era la primera vez que lo hacía, pues quería independizarse de sus padres y tener su propia economía. Ellos siempre le decían que no se preocupara, que no sería fácil, pero que más vale maña que fuerza, para hacer según qué trabajo y que siguiera estudiando, porque el que busca, algo encuentra.
Así fue, guerra avisada no mata soldados. A Ángela, que no estaba acostumbrada a trabajar, le costó mucho esfuerzo, pero estaba decidida a buscar su futuro, trabajando y estudiando.
Algunas veces estaba tan cansada que se decía a sí misma para darse ánimos: “mala hierba nunca muere”, y pensaba que ella superaría todos los obstáculos que le pusiera la vida para conseguir sus sueños.
En uno de sus trabajos conoció a su novio Fran y con los años formaron una familia. Ángela estaba tan feliz de tener todo con lo que había soñado que le decía a Fran: contigo, pan y cebolla. Estaba muy orgullosa de lo que había conseguido con su esfuerzo y constancia.
Realizado por Alexis Nuñez
Me levanté por la mañana y fui a desayunar, y como a quien madruga Dios le ayuda, tuve suerte de que no hubiera nadie en la cocina y pude hacerme el desayuno tranquilo, así que me puse manos a la obra. Cuando ya tenía el pan tostado me dispuse a abrir la mantequilla, pero no pude abrirla, pero como no hay mal que por bien no venga utilicé aceite, un poco de tomate y pavo, que iba a llegar a su fecha de caducidad.
A continuación salí de mi casa para ir al instituto aunque me tuve que volver rápidamente a mi casa a por un paraguas porque sospechaba que más tarde llovería. Ya iba muy justo ya que vivo un poco lejos del instituto. Pero para suerte mía estaba cerca de la parada el autobús que lleva al centro y pude coger el autobús a tiempo.
Llegué temprano al instituto, cinco minutos antes de que tocase el timbre de entrar a clase, así que al mal tiempo buena cara porque llegué a clase de los primeros y pude ver si era cierto lo que me dijo Iván sobre Andrés, que él cambiaba las sillas, aunque yo a Iván no le terminaba de creer hasta ese momento porque en boca del mentiroso lo cierto es dudoso, pero era cierto. Entonces, fui a notificar lo ocurrido a la directora, pero me dijo que no tenía importancia, y como donde manda capitán no manda marinero me tuve que quedar callado. Yo no me quise meter más en el asunto ya que los toros se ven mejor desde la barrera, y que los afectados se busquen las habichuelas. Yo ya había tenido una experiencia así en primero de la ESO, y como más sabe el diablo por viejo que por diablo, me retiré del asunto.
El día me fue bastante bien, el regreso a casa fue tranquilo y por la tarde me dediqué a hacer los deberes. Cuando llegaron las ocho de la tarde mi padre me dijo que me fuese a duchar: al buen entendedor pocas palabras bastan , así que me fui a lavarme.
Después de un largo e intenso día cenamos tortilla de patatas que es el talón de Aquiles de mi madre, pero esta vez, al César lo que es del César, le salió bastante buena la comida. Y así fue como me fui a la cama temprano y me acordé de unas palabras que me decía mi abuela: A las diez, en la cama estés.
Realizado por Manuel Andana