Los alumnos de Primero C y D se hacen valientes en Halloweem y nos cuentan sus historias más terroríficas. Espero que disfrutéis de las que hemos seleccionado de estos dos grupos.
¿QUIÉN FUE?
Hola,
me llamo Jaime. Cuando fallecí tenía ocho años y ahora debería haber cumplido diez.
Llevo aquí desde que tengo conocimiento, en este oscuro, triste e inmenso
orfanato: un horrible lugar donde solo había enfermeras desagradables y tristes.
Yo no tenía ningún amigo, me sentía bastante solo, nadie me apreciaba ya que todos
pensaban que estaba… que yo estaba loco. A lo largo de mi corta vida fui a varios
psiquiatras y, efectivamente, no era así, no estaba loco.
Una
noche me encontraba solo en mi cama, pero un extraño ruido me alertó y de forma
precipitada me asomé a ese largo y temible pasillo. En ese mismo momento
escuché algo moverse, las luces comenzaron a apagarse y encenderse sin motivo aparente.
Tras unos minutos, que se me hicieron eternos, comencé a entender que los
sonidos eran pasos que cada vez se acercaban más. En ese mismo instante y
de forma repentina los cuadros del pasillo cayeron al suelo haciéndose añicos.
Sentía los cristales bajo mis pies descalzos y temía avanzar sobre ellos…Los
pasos seguían avanzando, cada vez se acercaban más y más y más y más......y ¡PUM!
se cerró una puerta de un golpe seco. Con mucho miedo giré la cabeza y vi una
sombra en la pared. Mi cuerpo temblaba de frío, de miedo, de incertidumbre…
Escuché una voz que me resultaba conocida, era una enfermera; menos mal, había
venido a castigarme por haber tirado los cuadros, algo que yo no había
hecho. Tras discutir con ella durante un rato sobre lo que había ocurrido, la
enfermera regresó a su cuarto. Volví a girarme para asegurarme de que la sombra
ya no estaba, pero seguía allí. Y en ese mismo instante, algo, una fuerza extraña,
me agarró por los tobillos e intentó arrastrarme en dirección a las escaleras
que conducían al sótano, pero no lo consiguió. Grité con todas mis fuerzas
hasta que noté que algo baboso y asqueroso subía por mi cuello. Intenté gritar
de nuevo, pero mi voz se ahogaba con la presión sobre mi cuello. Cada vez me
costaba más respirar. Cuando bajé la mirada, vi mis pies ensangrentados y no
sentía vida en mi cuerpo. Las enfermeras entraron, pero ya era demasiado tarde.
Mi
muerte fue una gran ruina para el orfanato; por ello cayó en quiebra y quedó
abandonado. Sigo y seguiré rondando por aquí hasta encontrar ese ser monstruoso
que me quitó la vida.
Susana
Jiménez, 1º D
Mariola
Muñoz, 1º D
DESAPARECIDA
Era una tarde normal y corriente en
la casa de mi abuela, yo estaba jugando tranquilamente con mis hermanos, pero
no sabía el peligro que me rodeaba mirando y acechando entre las sombras. En
ese momento tan inesperado de mi vida sonó el teléfono Drim, Drim, Drim,
Drim... Mi abuela, apresurada, se dirigió al pasillo donde se encontraba el
teléfono, lo cogió y tras un gran silencio y desapareció como por arte de
magia.
Mis hermanos y yo, que no
esperábamos aquello, quedamos estupefactos. Investigamos por toda la casa de
arriba a abajo, pero no encontramos rastro de la abuela, solo una carta
arrugada en la que ponía: “Estáis atrapados. Solo saldrá uno”. Entonces se
cerraron las puertas de golpe.
Yo era demasiado pequeño para
comprenderlo; pero, al ver las caras de mis hermanos, entendí la situación: ese
podría ser el último momento en el que yo volviera a verlos. Observé a mis
hermanos, los cuales entre sollozos exclamaban ¡abuela!¡abuela! La buscaban por
todas partes. Cuando ya casi el sol se estaba escondiendo y la casa se llenaba
de oscuridad, me uní a buscar a la abuela por mi propia cuenta. Empecé por su
cuarto, su sitio favorito de la casa, donde había montones de cuadros en las
paredes que nos traían momentos felices y la llenaban de recuerdos de su vida.
También estaba ese armario donde ella decía que no nos acercaremos bajo ningún
concepto. Sí, sí, ese armario de puertas chirriantes y de una extraña madera
arañada por una especie de garra. Su apariencia era escalofriante, pero me
llené de agallas de solo pensar que no podría volver a ver a mi abuela y abrí
la puerta la cual chirriaba como las ruedas de un tren frenando en las vías.
Observé lo que se hallaba en su interior: era una pequeña caja blanca. Llame a
mis hermanos y vinieron rápidamente y asustados. Mi hermano mayor, Juan, agarró
la caja, le quitó la tapadera y encontró una carta en la que ponía:
“Este acertijo tenéis que adivinar,
cada fallo cuenta una vida más.
¿Cuántas vidas tenéis?”
Mi hermano mediano respondió:” tres”.
Una sombra negra salió del armario respondiéndonos: “Si son tres, la cuarta me
la llevo”. En ese momento todos nos dimos cuenta del fallo y del significado de
la respuesta. Ya estaba amaneciendo y nosotros estábamos llorando por la
pérdida de nuestra abuela. En esos momentos, el primer rayo de luz iluminó
nuestros rostros y una voz muy parecida a la de ella nos habló dulcemente:
“Disfrutad de la vida porque volverá a por vosotros”.
Después de setenta años sigo
esperando a que esa oscuridad me lleve de una vez por todas para poder
despertar de esta gran pesadilla que es mi vida.
Salvador Bonilla, 1º D
Mateo Morillo, 1º D
EL ORFANATO
Ahora
estamos encerradas en el orfanato, ¿queréis saber por qué? Pues todo ocurrió la
noche de Halloween del año pasado cuando nuestro grupo de amigos nos reunimos
para contarnos historias de miedo. David Ruiz estaba encargado de montar el
proyector para ver la película de El Orfanato, y cuando empezamos
a verla salió una imagen del mismo edificio de la película. A Bianca se le
ocurrió ir al pueblo donde se había rodado, que obviamente estaba abandonado,
pero nos pusimos en marcha. Una vez allí, el guarda de las instalaciones nos
contó una terrible historia: “Hace muchos años, uno de los huérfanos que había
allí se ahorcó por problemas psiquiátricos y traumas, y desde ese momento busca
a otros niños para matarlos”.
El
edificio era enorme, de color gris con muchas ventanas y una gran puerta.
Estaba destrozado, se podía oler el polvo desde fuera. Entramos todos a la vez.
Todo estaba oscuro. Justo en el centro había una escalera enorme que conducían
a la planta superior. Subimos y observamos a cada lado un estrecho pasillo con
varias habitaciones. En cada uno, los muebles y las paredes estaban
ensangrentadas, sucias y llenas de telarañas. Lo que más nos amedrentó fue que
había una rata colgada del techo, y nuestro amigo Manuel pensó que sería la
mascota del huérfano.
Se nos
ocurrió dividirnos; mi grupo fue por el pasillo de la derecha. Había muchas
puertas rotas con la madera partida y el color desgastado. Entramos en la
primera habitación y nos encontramos un cuadro de un niño; nos imaginamos que sería
del huérfano, pero no lo sabíamos, y justo al lado de la foto, una cuerda
colgada del techo y llena de sangre. Nos entró un escalofrío y de repente vimos
que uno de nosotros no estaba, era Claudia, había desaparecido y corriendo
fuimos a buscarla.
Nos
fuimos por el pasillo del lado izquierdo en el que estaba el comedor. Cuando
entramos, había muchas mesas y sillas destrozadas, con sangre por todos lados y
también platos y vasos rotos. En la cocina, había un cortacabezas lleno de
sangre y, aunque parezca increíble, justo detrás había un cadáver sin cabeza.
Asustados, salimos corriendo del comedor y, de repente, apareció un niño harapiento,
con un saco que cubría su cabeza. Cuando se lo quitó, pudimos observar que su
cara estaba entera quemada y estaba tuerto del ojo izquierdo. Empezamos a
correr hacia la puerta para pedir ayuda, pero de pronto se cerró herméticamente.
Miramos hacia atrás y allí estaba mirándonos con su único ojo.
Vimos
cómo el huérfano se acercaba a nosotros muy lentamente; llevaba consigo varias cuerdas.
¿Cuál era su propósito? No era difícil de adivinar. Así que salimos corriendo y
nos encerramos en una habitación, donde estamos justo ahora, y de donde no
podemos salir. Ni siquiera sabemos cuánto hace que nos metimos aquí dentro.
Aitana
Borreguero, 1C
Alba
Roldán, 1ºC